Maritza Martínez Aristizábal
En Colombia llevamos más de cinco siglos de explotación minera sin planificación y con un precario control, lo cual se traduce en que han sido mayores los daños que los beneficios obtenidos. Cinco siglos acabando con la biodiversidad y afectando a los pueblos productores.
Cinco siglos sin conciencia ambiental, ni social.
Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos empeñados en posicionarnos como un país minero que ofrece petróleo, carbón, oro, esmeraldas, níquel y ferroníquel con las mejores condiciones contractuales. Sin embargo, esta condición no debería enorgullecernos porque obedece a una legislación muy laxa que les permite a las empresas multinacionales enormes ganancias, con mínima exigencia ambiental e inexistente responsabilidad social.
El Gobierno se regocija con las crecientes cifras de inversión extranjera, pero el país debe conocer que, en las actuales condiciones, a mayor presencia extranjera en el sector minero, mayor daño ecológico y social, y mayor vulnerabilidad ambiental.
Un estudio publicado en el 2010 por Censat Agua Viva afirma que los municipios donde se realiza la actividad extractiva son aquellos que tienen los más altos índices de Necesidades Básicas Insatisfechas. Cuando se agota el recurso no renovable, sencillamente quedan más pobres que antes, con suelos inestables, agua, flora y fauna deterioradas, y sin posibilidades de recuperación.
El país debe ser responsable al disponer de sus riquezas naturales; la legislación ambiental en su conjunto y la asociada a la explotación minera debe ser modificada, pensando en la vida, no en la chequera.
Debe ser diseñada con altas exigencias en regalías, compensación ambiental y la estabilidad social de los territorios explotados.
La biodiversidad de Colombia no es negociable.
Mientras esto ocurre, es necesario estar alerta ante el anuncio de la multinacional Greystar, en el sentido de que tiene listo un nuevo proyecto para explotar oro en Santurbán, esta vez con técnicas de producción subterráneas. Como no pudieron destruir el páramo de arriba hacia abajo lo quieren hacer de adentro hacia fuera.
Los 1,9 millones de onzas de oro, 7,7 millones de onzas de plata y 228.316 libras de cobre, que tiene este páramo no valen más que el agua de los santandereanos.
Ojalá el ministro Rodado cumpla su palabra. No es posible que mientras en otras partes del mundo se mueren de sed, en Colombia sigamos empecinados en destruir las fuentes de agua, que muy pronto valdrán más que todos los minerales juntos.
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